¿Te has preguntado alguna vez por qué un helado tan simple y delicioso como la achilata lleva ese nombre tan particular? Sumérgete con nosotros en la historia de este clásico tucumano y descubre los secretos detrás de su sabor único.
Un poco de historia: De Italia a Tucumán
Las raíces de la achilata se remontan a la época de la inmigración italiana en Argentina. Los primeros heladeros, al ofrecer sus productos, exclamaban en italiano “hay gelato” (hay helado). Con el tiempo, y debido a las particularidades del habla, esta frase se transformó en el peculiar nombre “achilata”.
Inicialmente, estos helados se elaboraban de manera artesanal, utilizando hielo de granizo y frutas naturales para darles sabor. Con la llegada de los inmigrantes italianos y la introducción de nuevas técnicas de elaboración, los helados cremosos ganaron popularidad, dejando a la achilata en un segundo plano, aunque siempre conservando su lugar en el corazón de los tucumanos.
La receta de la achilata: simple y refrescante
La preparación de la achilata es sencilla pero requiere de ciertos cuidados para lograr su sabor característico. Los ingredientes principales son:
- Hielo molido: Es la base de la achilata. Se utiliza hielo molido para lograr una textura suave y cremosa.
- Colorante natural: Generalmente se utilizan jugos de frutas como frutilla o cereza para darle el color rojo característico.
- Endulzante: El azúcar de caña es el endulzante más utilizado, ya que aporta un sabor más natural y auténtico.
Estos ingredientes se mezclan hasta obtener una masa homogénea, que luego se coloca en moldes para solidificar.
Un sabor único que perdura en el tiempo
La achilata es mucho más que un simple helado. Es parte de la identidad cultural de Tucumán y un símbolo de su rica historia. Su sabor refrescante y su preparación artesanal la convierten en un manjar único que ha logrado trascender las generaciones.