Ubicada al sur de Santa Fe, con acceso por la Ruta 9, a 265 km al norte de Buenos Aires y 30 al sur de Rosario, Arroyo Seco es una coqueta localidad portuaria ubicada en medio de un polo sojero que tiene múltiples posibilidades de pesca deportiva. Sin tanta prensa como sus vecinas Villa Constitución o San Nicolás, esta ciudad cuenta con un epicentro de su movida náutica en el Arroyo Seco Rowing Club, sitio que algunas vez ganó las noticias cuando el derrame de un buque petrolero contaminó su hermosa playa y toda la zona, obligando a intensas tareas de limpieza que felizmente ya son recuerdos del pasado.
Allí, en el Roby” (como le dicen los locales), nos esperaba a las 7 de la mañana el guía Agustín Cancián, quien había llegado un par de horas antes para tirar una atarraya, y juntar sabalitos y boguitas que serían utilizados luego en la pesca con carnada viva. La sorpresa fue encontrarme con Emiliano Michelotti, eximio pescador arroyense que conocí hace más de 15 años y que luego se mudó al sur, pero que volvió para una visita familiar y se sumó a nuestra pesca, apostando firmemente al fly como modalidad para divertirse.
Cargados de ansiedad ante los buenos reportes que veníamos recibiendo, junto a mi amigo Néstor Delfino apuramos los aprontes para tener la lancha cargada y partir a la aventura en un día diáfano que prometía 25 grados de máxima. No hubo que esperar demasiado para empezar a calentar la muñeca: unos minutos aguas arriba, aprovechando la ausencia de barcos en uno de los muelles de carga, tiramos en baitcast a unos pilotes portuarios y empezamos a tener dorados enloquecidos saltando a dos o tres cañas en simultáneo. Sin dudas, es un dato a tener en cuenta: a primera hora, el pez se alimenta con ganas. Tras una decena de capturas logradas en pocos minutos, con ejemplares de 1 a 2,5 kilos, pasamos a usar equipos de fly, con moscas tipo gato (es decir, enormes) para motivar el interés de los pirayús, mientras Agustín regulaba con maestría el motor eléctrico para dejarnos a tiro manteniendo la lancha quieta pese a que la fuerza del Paraná nos sacaba constantemente de las posibilidades de lance.
El grande que se fue
Pinchamos un par de ejemplares del mismo tamaño que los que salieron en bait, pero se fugaron. Hasta que Emiliano clavó un lingote soberbio que se le metió entre dos pilotes y logró el corte. Ese era el pescado que íbamos a buscar. Pero, para no prolongar el momento de angustia, cambiamos el chip enseguida prometiéndonos una revancha vespertina en fly, y nos fuimos a pescar dorados con carnada natural, sin dudas, la modalidad que entrega las mayores capturas en tamaño.
Pasamos luego a buscar dorados en los bancos, otra modalidad de pesca muy divertida usando señuelos tipo sliders (deslizadores), artificiales sin paleta que hay que recoger a alta velocidad y que motivan así el ataque de dorados furiosos que cuando aciertan paran en seco el engaño. Y muchas veces, por estar pescando en aguas muy bajas, nos regalan el espectáculo visual de ver sus cacerías, con sus yerros y nuevos intentos hasta que aciertan… o no. Los saltos de unos dorados al final del veril del banco, donde estaban cazando, nos llevaron a poner la lancha unos 100 m aguas arriba y dejarnos caer con deriva regulada a motor eléctrico para llegar naturalmente. Sin embargo, cuando estábamos por arribar a la zona de ataque, unos pescadores comerciales sin ningún tipo de respeto llegaron con motor a todo lo que da echando una red delante de nuestras narices. Chau pesca allí. Otro punto a retomar en nuestro retorno.
La idea entonces fue hacer base en una zona con sombra para ir preparando el almuerzo mientras pescábamos tarariras. El guía Cancián nos propuso un point en donde presumiblemente íbamos a dar con pocos pero buenos cocodrilos, para luego llevarnos a un madrejón donde la actividad sería más intensa, aunque los tamaños –según anticipó– serían más discretos.
Y cumplió. Mientras desplegaba una mesa plegable y hacía marchar un asado a las llamas que prometía un gran momento, nos depositó en una costa ideal para patear buscando suerte. Emiliano siguió apostando al fly, sin éxito, mientras que con Néstor practicamos spinning y baitcast. Los primeros 200 m, peinando palmo a palmo una parte del riacho elegido que presentaba sus orillas desnudas por la bajante (y por eso podíamos transitar allí donde normalmente debió haber agua), no hubo piques. Pero Agustín se adelantó y clavó la primera –de muy buen tamaño– llamándonos en un grito feliz: “Están acá”. Sucede que al pelear el ejemplar, vio moverse unas cuantas dejando la clásica nube de barro. Así, mientras nos cedía el pequeño parque de diversiones taruchero, Cancián volvía a vigilar el asado mientras nosotros nos divertimos en grande pescando tarariras soberbias que se amontonaban en un pequeño espacio de unos 30 m2.
Logramos una veintena de ejemplares, principalmente usando cucharas con montajes de señuelos de vinilo en anzuelos offset, ya fueran tipo ranita o grubs. No subieron nunca a tomar en superficie, algo atribuible a la temperatura, que quizás ya sea subsanado cuando estás líneas lleguen a sus ojos, estimado lector. Lo cierto es que había que bajar unos centímetros el artificial propuesto para peinarles la ñata y allí sí se gatillaban los ataques.
Asado y postre
Tras la picada y el asado pantagruélico propuesto por nuestro anfitrión (que según dice es parte de su servicio a todos sus clientes), nos llevó a la lagunita de las taruchas más chicas. Y efectivamente aquí los piques no se hicieron esperar, pero tal como anticipó Agustín, los portes rara vez alcanzaron el kilo y medio. Aunque si hablamos de divertirnos con acción constante, éste era el lugar ideal. Sobre todo para iniciar niños o pescadores novatos con artificiales, pues la acción constante va a estar garantizada en una zona sin vegetación ni enganches, en una lengua de agua que se mete a un campo y se entibia rápido (de allí que estuvieran tan activas). Tampoco aquí pudimos activarlas con señuelos de superficie manteniéndose firme el pique en las cucharas con gomas.
Empachados por el almuerzo y las tarariras, volvimos a desandar el camino probando suerte en los bancos otra vez, ya sin los comerciales a la vista. Emiliano clavó un dorado pequeño con un glidding y luego, a falta de actividad (esta vez no veíamos dorados cazar), fuimos a tocar unas puntas de barrancas y palos, por el arroyo Estévez. Nada, no hubo suerte. Y, con apenas una hora de luz solar por delante, teníamos dos opciones: intentar la pesca de bogas o buscar revancha en la zona portuaria que testeamos en el arranque. Y como ya teníamos todo listo para esta última opción, elegimos volver a señuelear en esos pilotes rendidores.
Fue un final de fiesta a toda orquesta, con infinidad de capturas y hasta dos o tres piques por cada tiro si en el primer ataque no era clavado el dorado. El fly, otra vez, no pudo ser para nuestro compañero Emiliano que, pese a clavar un par de piezas, las vio despedirse en el salto. Ya con visibilidad mínima, llegamos a puerto agotados pero felices de la pesca realizada.
Arroyo Seco, sin dudas, es un pesquero que por cercanía a las grandes urbes y buena pesca, merece estar en la agenda grande de los pescadores. Tiene servicios, buenos profesionales y la actividad más calificada. Sin dudas, ya lo pondremos en la mira nuevamente para volver por otras especies como la boga y el surubí, que también se brindan en generosas cantidades y tamaños en esta zona bendecida.
Fuente: perfil.com