“Bienvenidos a Yonopongo”, dice el cartel que los vecinos hicieron con sus propias manos, letra por letra, para señalizar la entrada a la pequeña localidad de la provincia de Tucumán. A la vera de la ruta 38, en la comuna de León Rouges, dentro del departamento de Monteros, comienza el camino de tierra, las primeras casas, y luego la fachada del Club 25 de mayo, que existe desde 1917 y es el único centro recreativo y social del lugar. La calle principal todavía no tiene nombre, los colectivos no pasan por ahí desde hace mucho tiempo, y por eso la mayoría de los habitantes se traslada en moto. Myriam Cruz tiene 46 años, es la secretaria del club vecinal, y está abocada a los preparativos de la fiesta donde todos se reunirán para celebrar con música, baile y locro, después de izar la bandera en la cancha.
“He nacido acá, mi mamá y mis abuelos también, toda mi vida en Yonopongo”, cuenta Myriam en diálogo con Infobae. Recién llegada de la farmacia donde trabaja, actividad que combina con su rol en el club vecinal, y sus tareas como empleada pública en otra comuna, charla con la mejor predisposición, como si el día recién comenzara. Explica que por desconocimiento de la existencia geográfica del lugar, algunos lo consideran un “barrio”, otros un “pueblo”, pero en realidad se trata de una pequeña localidad. A la hora de definir la cantidad de personas que viven allí, por ese mismo motivo, no hay una respuesta inmediata.
“En la provincia hay diez grandes comunas, y la de León Rouges abarca una jurisdicción grande: no solamente Yonopongo, sino también Huasapampa, Los Rojo, Costilla y parte de Pilco; entonces en el censo figura el dato a nivel comunal, pero no en específico de acá”, detalla. Myriam habla con conocimiento de causa, y tiene razón, porque encontrar una cifra aproximada tras una búsqueda intensiva en Internet tampoco brinda luz al primer misterio que surge en la entrevista. Diego Moreno, candidato a delegado comunal de la localidad, ofrece los registros electorales como guía, y asegura: “Hay dos escuelas en las que se vota con un total de seis mesas, y en cada una hay más de 300 votantes, por lo tanto, si hay más de 1800 votantes, en habitantes debería haber un poco más todavía”.
En una de las salitas médicas cuentan que tienen más de 900 pacientes registrados, que han concurrido al menos una vez por alguna dolencia, pero imaginan que el total de la población debería ser al menos el doble. El rompecabezas empieza a armarse, y coinciden en la cifra estimativa que arrojan los comicios, por lo que habría más de 2000 vecinos. Todos se conocen los rostros, las historias de vida, y tienen un sueño en común. “A nosotros nos gustaría mucho tener una plaza”, revela quien es secretaria del club vecinal hace seis años.
Tampoco hay iglesia, pero crearon su propio lugar para rezar. “Tenemos una grutita, que hicimos entre todos, la gruta de San Cayetano, y también para las festividades nos visita un padre que viene a dar misa”, revela Myriam. “Lo que sí tenemos son tres escuelas”, dice con entusiasmo. Ella misma asistió a una de las que menciona, y todos los días de semana de su infancia tenía que pedalear siete kilómetros de ida y el mismo tramo para volver. “La escuela 121 es primaria, únicamente a la mañana; la escuela 281 tiene primaria y secundaria jornada completa; y la escuela 13 a la mañana es primaria, y a la tarde es secundaria”, comenta. La fuente de trabajo de la mayoría de los vecinos es la cosecha de caña de azúcar, en segundo lugar de limón y en tercero de arándanos. “Hay dos ingenios azucareros en la zona, el Santa Rosa y el Ñuñorco; nosotros estamos en el medio, y ya se hizo la misa del comienzo de temporada, porque ya empezó”, explica sobre las tradiciones que siguen vigentes de generación en generación.
En Yonopongo se madruga, porque desde antes del amanecer los cosecheros suben a los micros en la ruta para ir a las fincas y empezar la jornada. La siesta es innegociable, y después de almorzar a las 12 del mediodía el silencio impregna la mayoría de las casas. “Muchos también trabajan en Monteros durante el día, porque ahí están la mayoría de los trabajos, y recién a la tarde vuelven en moto, incluso hacen las compras allá en la ciudad, y ya se vienen con todos los mandados hechos”, sostiene, pero aclara que también hay tres almacenes cerca. Lo que se consideraría “el centro” del pueblo tiene una indicación que resuelve el enigma. “Andá derecho por la 25 hasta la cancha″, suelen decir, porque así le dicen a la calle principal.
La bautizaron así justamente por el Club 25 de Mayo, que concentra todas las actividades sociales y deportivas del lugar. “El presidente del club ha fallecido hace dos años por covid, y había sido electo delegado comunal de Yonopongo; uno de los proyectos era ponerle nombre a la calle, pero ha quedado todo en el olvido, no han cumplido con la palabra de él”, asegura, y reconoce que “renegaron mucho con ese tema”. Hace 106 años que existe el club en continuo funcionamiento, y desde 2016 recuperaron el normal funcionamiento de la personería jurídica, lo que les permitió organizar más actividades y mejorar las condiciones, muy a pulmón. “Hemos hecho sanitarios, que no teníamos, un escenario, bancos y tribuna”, expresa con alegría.
Todos esperan el fin de semana para ir a la cancha para alentar al equipo local, el Club 25. Durante la semana algunos vecinos se encargan de cortar el pasto, desmalezamiento y delimitar la zona de juego con cal para que esté todo listo. “Juegan dos divisiones los domingos a la mañana y a la tarde, y los sábados juega una sola división; se anotan 22 por equipo, juegan 11 y pueden hacer seis cambios”, explica sobre la actividad deportiva que reúne a todos. Se acuerda que no hace mucho les avisaron con poca anticipación que habría un partido crucial, y un grupo de mujeres fue al predio a las 10 de la noche para que esté en condiciones. “Andábamos con la linterna del celular y marcando con cal; quedó medio torcido porque no veíamos nada, pero se jugó”, dice entre risas.
Myriam admite que no se considera futbolera, porque salvo en el Mundial, no suele mirar nunca fútbol, pero cuando se trata del club, no se pierde ningún encuentro. “El más chico de los jugadores tiene 12, y juega con el arquero de 42 años, y lo van poniendo 15 minutos para que vaya practicando, y creo que es una muy buena manera de tener ocupada a la juventud, porque hoy hay tanta porquería suelta que asusta”, sostiene. Una de las cosas que más valora de dónde vive, es justamente “la tranquilidad”, y la sensación de contar siempre con alguien.
“Siempre nos caracterizó la solidaridad hacia los demás. Hace poco tuvimos un evento tipo peña porque un chiquito que necesita ser operado del corazón y se necesitaban cuatro millones de pesos. Nos organizamos y aunque no se recaudó todo, al menos un millón y medio se consiguió. Siempre pasa así, con cualquiera que necesite algo, el club es el lugar para todo y para todos”, explica. Y agrega: “En lo que respecta a la droga, yo gracias a Dios, puedo decir que acá, como nos conocemos todos, no tenemos a nadie que ande en esas cosas”.
Myriam afirma que no es común ver caras nuevas, porque en principio no hay hotelería para hospedar a algún viajero, y la única opción sería instalarse a siete kilómetros, en Monteros, para ir de visita al club un fin de semana, y recorrer también la granja educativa que abrió sus puertas hace poco, con actividades que van desde aprender a plantar y cultivar vegetales, el cuidado de los animales y otros talleres que siguen sumando. “Señal acá es imposible, yo tengo que poner mi celular en 2G para que me entre la llamada común, y sino hablo por WhatsApp porque tengo wifi”, revela sobre la conectividad, que fue todo un desafío para cada uno de los habitantes.
“Hace tres años me hicieron la instalación de Internet, y tuve que poner una columna de 7 metros para que pongan un caño, que tiene cuatro metros más, o sea 11 metros en total arriba de la casa para agarrar señal”, cuenta. Suelta un suspiro cuando se acuerda de los tiempos de cuarentena por la pandemia, cuando una de sus hijas cursaba virtual la secundaria, y se le entrecortaban las clases. Una vez más, ahí era cuando los gestos de compañerismo se multiplicaban, y siempre había alguien que les diera una mano para el contenido que se haya perdido.
No es el único ejemplo de una red de apoyo que en las malas, y en las peores, se afianza más que nunca. “Tenemos algunas peleas, como debe pasar en todos los lugares, porque no se puede coincidir con todo el mundo, pero incluso con el vecino que yo más discutía, es el primero que estuvo para mí cuando perdí a mi hijo en un accidente hace seis años”, revela conmovida. “Todos mis vecinos han estado para mí, y siempre nos cuidamos mutuamente o tratamos de estar para lo que el otro necesite”, manifiesta.
Hace un tiempo recibió la visitó su primo, que llegó en un auto desconocido para los habitantes, acompañado de su novia, y como se estacionó cerca de la casa de Myriam a la una de la madrugada, la llamaron para avisarle que había movimiento en su entrada. “Me sonaba el teléfono, todos me decían que esté atenta, y que les avisara si necesitaba algo, y después les conté que era un familiar mío que se iba a quedar unos días, y ahí se tranquilizaron”, recuerda. Así hay infinidad más de anécdotas, que dejan en evidencia la antítesis del nombre de la localidad, que si se toma como frase -”Yo no pongo”-, podría evocar características tacañas, avaras, o en criollo, “agarrados de plata”.
“Yonopongo, yo tampoco”
Antes de la pandemia, hizo un curso en la Casa de Gobierno de San Miguel de Tucumán para sumar conocimientos sobre la Ley Yolanda, y durante una actividad grupal surgió una situación que rememora con humor. “Nos tocaba hacer grupos de cuatro personas, y cada quien tenía que completar un formulario, con nuestros datos, de dónde éramos, nuestra actividad, y yo puse mi nombre, y al lado: ‘Yonopongo, Monteros’”, narra. Y continúa: “Una de las chicas me dice: ‘¿Qué? ¿Qué has puesto?’, le volví a decir que soy de Yonopongo, y me dijo que dónde quedaba, porque una vez le dijeron ‘me voy a Yonopongo’, y ella se río, lo tomó como una broma porque pensó que no existía”.
Como no le creían, sacó su documento y les mostró que realmente no era un invento. “La chica se se lo iba pasando a todos, diciendo: ‘Ella es de Yonopongo, sí existe Yonopongo’”, revela tentada. No hay duda de que todavía la reacción instantánea es el chiste, y por eso cada vez que ella va algún lugar y cuenta de de dónde es, obtiene un remate de comedia. “Le decís a cualquiera ‘soy de Yonopongo’ y casi siempre te contestan ‘yo tampoco’”, confiesa. La historia detrás del nombre es difusa, pero hay dos versiones que son las más conocidas y las que los lugareños suelen repetir cuando les preguntan por qué se llama así.
“Monteros está rodeado de ríos: al sur el río Pueblo Viejo, al norte el río Romano, y por el medio lo atraviesa el arroyo El Tejar. Nosotros estamos más cerca del Río Pueblo Viejo; antes el cauce no era tan ancho como es ahora, y como estamos al pie del cerro bajaba toda el agua, y toda la correntada, y era fácil que se inundara, entonces había que ensancharlo para evitar eso”, relata sobre la primera posible explicación. Y agrega: “Se dice que todos los que tenían terrenos en la zona tenían que ceder parte de sus tierras porque había venido gente del gobierno de San Miguel para que se pongan de acuerdo y ver qué cantidad se requería, y cuando empezaron a preguntar quién cedía, todos contestaban: ‘Yo no pongo, yo no pongo’”.
“La otra leyenda dice que este lugar no tenía nombre, y que cuando vino la gente del gobierno para preguntar, ninguno quería ponerle nombre, entonces todos decían: ‘Yo no pongo’, ‘Yo no pongo’, y como nadie propuso otra cosa, quedó Yonopongo, todo junto”, comenta. En temporada del Rally Dakar, cuenta que las personas que pasaban frenaban para sacarse una foto con el cartel de ingreso, porque les llamaba mucho la atención. Más allá de la humorada, Myriam dice que no se imagina viviendo en otra parte.
“La tranquilidad que uno tiene acá, no sé si en otro lado la voy a tener, siento que este es mi lugar”, se sincera. Haciendo memoria se acuerda de que cuando tenía 15 años e iba a la secundaria todavía pasaban colectivos por la principal. “Dejó de pasar por los caminos, que eran intransitables, se rompían las unidades, y de eso debe hacer al menos 30 años”. Así como cuenta los vaivenes y las veces que se ilusionaron con que algún proyecto tomara forma, y finalmente no sucedió, también recalca que vio un crecimiento en las construcciones de casas, mayoritariamente de quintas con pileta, y varios salones de fiestas que se suelen alquilar para eventos.
En su cuenta de Facebook -”Club 25 de mayo (yonopongo)”- la descripción lo dice todo: “Club deportivo con gente maravillosa”. Como todos los años, este feriado patrio habrá fiesta. “Empieza el 24 a las doce, cuando ya es 25, que izamos la bandera, y al otro día a las diez de la mañana empezamos a cocina, tenemos una misa, y hay fútbol de veteranos, y se invita dos equipos más de localidades cercanas”, enumera sobre el itinerario. “Al medio día se come el locro, y más tarde se presenta un ballet de folclore, ya para las seis bailamos, con música de artistas de la zona, y a la medianoche finaliza.
Antes de seguir mencionando la programación que están preparando, asume con honestidad que hay otra característica más de todos los vecinos: “La mangueada”. Suelta una carcajada, y cuenta que se refiere a los favores que se piden unos a otros, y siempre están abiertos a la ayuda de quien esté dispuesto a colaborar. “Estamos necesitando tela bandera, porque tenemos alumbrado público, y son 26 palos que nos gustaría decorar, y ya calculamos que es más o menos un metro de tela por cada uno, para ir poniéndolos en todas las columnas, para decorar bien festivo”, manifiesta.
En Navidad hicieron una colecta para comprar luces de Navidad y poner en cada poste. “Yo he puesto, y no vivo en la calle principal, al igual que muchos de los que pusieron, porque por ahí no tenemos para el frente de nuestras casas, pero se ve lindo el camino principal”, explica. A su vez, mantener el club implica gastos, y por eso en cada una de estas fiestas tratar de recaudar algo de dinero para afrontar las compras que se vendrán. “La red del arco ya sale 20.000 pesos, las pelotas de fútbol ya están también muy caras, y hace dos años que tenemos las mismas; también tenemos cuatro juegos de camisetas, y a veces si las usan el sábado hay que lavarlas rápido para el domingo para que puedan volver a utilizarlas”, revela.
“Por eso para el que quiera colaborar, con cosas usadas, que nos sirven un montón igual, sería buenísimo”, asegura, y ofrece el perfil de Facebook como medio de contacto. Como no hay muchas fotos actuales de Yonopongo, Myriam se reúne con su vecina y amiga, Vilma Gómez, y con Tino, el tesorero del club, y enseguida se organizan. Cada uno se sube a su moto y se ofrecen a ir en búsqueda de las imágenes. Así son, voluntariosos, serviciales, amables, y respetuosos. Después de cumplir con la misión, cada vez participan más habitantes de la charla, y cierran con un mensaje en común: “Para nosotros es muy importante que se conozca nuestro pueblo, que sepan que nuestro sueño es tener una plaza, y que tienen las puertas abiertas para visitarnos”.