Un día antes de morir, Francisco volvió a enfrentar a la Internacional Reaccionaria en su mensaje Urbi et Orbi del domingo 20 de abril: “Cuánta voluntad de muerte vemos cada día, en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes.” Los sectores conservadores teológicos y políticos que escuchaban con disgusto la diatriba que los señalaba ya se encontraban tramitando, entre bambalinas, su sucesión, para recuperar una institución clave en la legitimación de las orientaciones geopolíticas, sustentada en una base de 1400 millones de fieles.
A partir del 5 de mayo, 133 cardenales, provenientes de 71 países, iniciarán las deliberaciones para definir quiénes son los candidatos. Se requieren por lo menos 89 voluntades, dos tercios de los votantes, para que el humo blanco anuncie el nombramiento. Más de un centenar de esos electrones fueron seleccionados como cardenales por el propio Francisco, durante su papado. Esa es la razón por la cual los grupos reaccionarios aparecen como hiperactivos haciendo lobby y financiando costosas operaciones de prensa para evitar una continuidad bergogliana. Su exasperación aumentó en las últimas horas porque dos de los electores conservadores –el español Antonio Cañizares y el bosnio Vinko Puljic–, desistieron de viajar a Roma por problemas de salud.
De todas formas, las transacciones, componendas y compromisos que se desarrollan en la Capilla Sixtina, suelen ser enrevesadas e insondables: Francisco fue elegido en 2013 por un Colegio Cardenalicio nominado en su totalidad por sus dos predecesores conservadores, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Más allá de las sorpresas respecto a los nombres, se plantean tres escenarios claramente diferenciados:
(a) una continuidad progresista –categorización que no sería del agrado del difunto Papa–, a partir de la cual se le dé continuidad, o se profundice, la agenda de la equidad, el enfrentamiento al capitalismo salvaje, la defensa de los migrantes, el diálogo interreligioso y la desaprobación de los discursos supremacistas.
(b) un aterrizaje suave, expresado como una transición reformista, algo gelatinosa, ligada al globalismo de los buenos modales, la narrativa vacía de la socialdemocracia amigable con la burocracia de la Unión Europea, aparentemente opuesta a la Internacional Reaccionaria, pero funcional a ella. Esa elección supondría un repliegue hacia el interior de la iglesia para definir a su máximo vocero como un ejemplo de la moderación vaporosa, ajeno a toda confrontación contra los petrificados poderes multinacionales.
(c) El tercer escenario supondría un giro conservador, compatible con la internacional reaccionaria, apto para legitimación de las políticas supremacistas, indiferentes a la desigualdad, a la destrucción del medio ambiente, y a los migrantes forzados por el hambre o las guerras.
Los vaticanólogos no suelen admitir la terminología partidocrática porque su utilización priva a la Iglesia de su halo místico y vaporoso, necesario para alimentar su ancestral capital simbólico. Sin embargo, estas tres orientaciones estarán en pugna a partir del primer domingo de mayo de 2025. Los conservadores –el grupo apoyado por las iglesias estadounidense y alemana– es el más interesado en evitar la continuidad franciscana. Según el teólogo Massimo Faggioli los opositores a Bergoglio participan de “un catolicismo basado más en la identidad que en la fe”. Lo integran los seguidores de los Caballeros de Colón, del Camino Neocatecumenal, de la Orden de Malta, de Comunión y Liberación, de Dignitatis Humana y del Opus Dei, entre otros.
Todas esas organizaciones han conspirado desde el inicio del papado de Francisco, para limitarlo, desacreditarlo y deslegitimarlo. En última instancia, la pugna que se invisibiliza es más mundana y terrenal que mística o espiritual. En los pasillos vaticanos y en las reuniones cardenalicias volverá a escucharse –para resguardar o para desvirtuar– los párrafos del Evangelii Gaudium, (Alegría del Evangelio) en la que Bergoglio defenestró al neoliberalismo al afirmar que “hoy tenemos que decir ´no a una economía de la exclusión y la inequidad´. Esa economía mata.”
Aunque pretenda ocultarse del debate público, los purpurados se abocarán a la colisión entre las dos concepciones del mundo que se disputan la hegemonía actual. Por un lado, la expresada por el viejo orden global, que Francisco se encargó de denunciar cuando denostaba a la teología de la prosperidad, que, de forma directa o velada, abona el capitalismo salvaje, el eurocentrismo, los supremacismos, la islamofobia, la xenofobia y la degradación medioambiental. El modelo conservador procurará –con sus obispos ligados al Departamento de Estado– conseguir el aval para darle continuidad al festival impúdico de la acumulación de riquezas a casta de su contraparte, la precariedad, la marginalidad y la injusticia social.
La otra vía, la que Francisco intentó propagar, abona un paradigma multipolar, respetuoso de los migrantes, los pueblos originarios, los grupos vulnerables y los pueblos sojuzgados. Este modelo considera al trabajo como el pilar constitutivo de la dignidad humana, razón por la cual la Iglesia más poderosa del mundo –en términos económicos–, la estadounidense, se encuentra abocada a impedir la continuación del legado franciscano. Esa cruzada tiene como objeto primordial brindarles un aval eclesial a las políticas antiinmigratorias de Donald Trump y de las ultraderechas europeas y limitar las defensas del Vaticano a los programas de reducción del efecto invernadero.
Durante la primera campaña presidencial de Trump, el Papa señaló que “Una persona que solo piensa en construir muros (…) y no en construir puentes, no es cristiano”. De ahí la operación concertada por gran parte de los cardenales estadounidenses responsables de ensalzar a un prelado como Raymond Burke, ex prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, que hizo campaña política con Trump augurando que su victoria garantizaría “la defensa de los valores de la Iglesia”. Antes de ser despedido de su puesto en el Vaticano por Francisco, en 2014, invitó a Steve Bannon a dar una conferencia en el Vaticano donde este último abordó “la batalla entre la civilización occidental y el islam radical”. Este cardenal, además, apoyó efusivamente la cruzada islamofóbica, promovida por Trump, que prohibía el ingreso de ciudadanos provenientes de países árabes. Otro de los ataques sufridos por Francisco provino de Carlo Maria Viganò quien se desempeñó como nuncio apostólico en Estados Unidos. En 2018, Viganò escribió una carta pública en la que acusaba a Bergoglio de encubrir abusos sexuales. Tres años después, en 2021, publicó otra misiva en la que denunciaba los intereses ocultos ligados al COVID, al que calificó como una pseudopandemia. En 2024, fue excomulgado. Sus seguidores, sin embargo, consideran que se convertirá en un actor central en la elección del próximo Papa.
En una charla TED brindada por Francisco en 2017, subrayó que “Basta un solo hombre para que haya esperanza, y este hombre puedes ser tú. Después, otro ´tú´, y otro ´tú´, y entonces somos ´nosotros´. Y cuando hay un ´nosotros´… ¿Comienza la esperanza? No, ya ha comenzado con el ´tú´. Cuando hay un ´nosotros´…, ahí comienza una revolución”.
Fuente: pagina12.com.ar