Sólo se barajan nombres de los “papables”?

Mientras los fieles siguen desfilando por la basílica de San Pedro para darle su último adiós al fallecido papa Francisco, la mayoría de los cardenales que ya se encuentran en Roma comenzaron sus reuniones, conocidas como “congregaciones generales”. Así lo informó el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, quien dijo que del tercer encuentro realizado este jueves -que se extendió durante tres horas- participaron 113 cardenales. Algunos purpurados no arribaron todavía al Vaticano.

Las normas eclesiásticas (Constitución Apostólica Universi Domini Gregis, promulgada en 1996 por Juan Pablo II y reformada en 2013 por Benedicto XVI ) establecen expresamente que tras la muerte de un papa la iglesia entra en un período denominado “sede vacante” hasta tanto se elija un nuevo pontífice. El colegio de cardenales solo está facultado para adoptar medidas operativas y formales. El jueves, por ejemplo, encargó al cardenal argentino Víctor “Tucho” Fernández para que presida la misa del sexto día de las “Novendiales”.

Pero ¿de qué hablan los cardenales en sus “congregaciones generales” mientras afuera, en la Iglesia y en la sociedad, se especula sobre quién puede ser el posible sucesor de Francisco? Es imposible pensar que entre los cardenales electores no se dialoga y comienzan a circular nombres de los candidatos mientras los periodistas barajan nombres y hasta los apostadores hacen su juego arriesgando quien puede ocupar el trono de Pedro.

La Constitución Apostólica establece que “los Cardenales electores, desde el comienzo del proceso de la elección hasta que ésta tenga lugar y sea anunciada públicamente, deben abstenerse de mantener correspondencia epistolar, telefónica o por otros medios de comunicación con personas ajenas al ámbito del desarrollo de la misma elección”. Y pide también que “de modo especial se deben hacer precisos y severos controles, incluso con la ayuda de personas de plena confianza y probada capacidad técnica, para que en dichos locales (donde se sesiona) no sean instalados dolosamente medios audiovisuales de grabación y transmisión al exterior”.

Se agrega que “los Cardenales electores deberán abstenerse de recibir o enviar cualquier tipo de mensajes fuera de la Ciudad del Vaticano” y “se les prohíbe mientras dure el proceso de la elección, recibir prensa diaria y periódica de cualquier tipo, así como escuchar programas radiofónicos o ver transmisiones televisivas”.

Más allá de si estas normas de “estricto cumplimiento” son efectivas en la época actual, el Vaticano se esfuerza por mantener la mayor reserva respecto del proceso de elección papal.

Fue Bruni quien informó que en la reunión del jueves hubo 34 intervenciones. Aunque no hay información oficial sobre el contenido de las mismas se descuenta que en público y durante la sesión no se manejan nombres de candidatos. Pero sí los cardenales se expresan respecto del modelo de iglesia que entienden que se necesita para este momento de la historia de la humanidad y, en consecuencia, acerca de las acciones prioritarias que la institución católica debe promover, de los problemas que debe afrontar y la manera cómo hacerlo. Expresamente o no, estas intervenciones apuntan a hacer una evaluación (así no se lo llame de esa manera) de la tarea del papa que acaba de fallecer. 

¿Hay que continuar las reformas impulsadas por Francisco? ¿Tiene sentido la propuesta participativa de sinodalidad de la propia Iglesia que promovió el papa argentino? ¿Es necesario que la Iglesia participe de manera activa en la agenda de los problemas de la sociedad, que se involucre en acciones en favor de los “descartados”, en la búsqueda de la solución pacífica de los conflictos mediante la “cultura del encuentro”, en las disputas económicas, técnicas y políticas respecto del cambio climático concebido por Bergoglio como “cuidado de la casa común?

Estas y otras muchas preguntas e interrogantes se exponen y ponen en juego. Y si bien no hay postulaciones directas, en cada una de las intervenciones los cardenales presentan ante sus pares una suerte de “plan de gobierno” para la Iglesia y eso permite a la asamblea detectar afinidades y oposiciones, construir perfiles. En consecuencia, ir perfeccionando criterios y eligiendo nombres para la votación que vendrá en próximos días o en semanas.

Así se van delineando también las disputas, las diferencias y las tensiones. No hay que perder de vista que los 135 cardenales electores provienen de 71 países de todos los continentes y que gran parte de ellos ni siquiera se conocen personalmente. Pero más certeramente es que tampoco conocen a fondo la realidad de las diferentes iglesias locales y que cada uno de ellos ve el mundo y la misión evangélica a partir de su propia experiencia, de la realidad en la que está inserto, de su país y de su cultura.

Mientras tanto la danza de los nombres -atravesada también por intereses, diferencias teológicas y eclesiológicas, preferencias regionales- comenzará a tomar cuerpo hasta plasmarse en números y mostrar en las primeras votaciones quienes son los cardenales que concitan mayores respaldos entre sus pares. Y al ritmo de dos votaciones por día se pueden ir descartando candidaturas y hasta surgir otras no consideradas en principio, algo propio de una asamblea, en este caso religiosa, que tiene que elegir a un conductor para gestionar y representar a una feligresía de 1.400 millones de católicas y católicos que habitan de un extremo al otro del mundo.

Además de nombres, lo que se debate es cuál será la estrategia de la Iglesia Católica de aquí más para su presencia en la sociedad internacional, cómo responde a los problemas y los desafíos que se le plantean, cuál es el modo de gestión y que estructura institucional necesita. Cuál de los cardenales encarna mejor ese pensamiento y tiene condiciones para gestionarlo es finalmente el resultado de todos estos intercambios. 

 En este escenario no alcanza como argumento señalar que Francisco escogió a la mayoría de los 135 electores y que ello garantiza la continuidad de sus propuestas. Se necesita “para la elección válida del Romano Pontífice (…) al menos los dos tercios de los votos, calculados sobre la totalidad de los electores presentes y votantes”. Tampoco cuenta que se prohíba expresamente “hacer pactos” o “prometer votos” antes de que se produzca la elección. Si alguien cree que no está en condiciones de asumir debe expresarlo con anticipación. La norma eclesiástica recomienda a quien sea electo “que no renuncie al ministerio al que es llamado por temor a su carga, sino que se someta humildemente al designio de la voluntad divina”.

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Fuente: pagina12.com.ar

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