InicioMundoTrump 2: la ley del revólver y la izquierda cobarde

Trump 2: la ley del revólver y la izquierda cobarde

No pocos halcones en el senado estadounidense quieren invadir México, más para “mostrar músculos” que para anexarlo. México es un país demasiado habitado por “una raza inferior”. Si cuando Estados Unidos anexó más de la mitad de México no continuó más allá del Rio Grande teniendo la capital del país tomada, fue para no agregar a la Unión millones de seres inferiores. Por la misma razón no tomaron todo el Caribe.

No pocos están hablando de Canadá como “El Estado 51”. De la misma forma, cuando se fundó Estados Unidos con las Trece colonias anglosajonas se intentó anexar Canadá como el estado número 14. No sólo para escapar a la maldición del número 13, sino porque los canadienses eran blancos europeos. Como fracasaron luego de algunos sabotajes, Gran Bretaña se vengó quemando la Casa Blanca. El Destino Manifiesto estaba en tomar, con la Biblia en una mano y el revolver en la otra, las tierras prometidas de las razas inferiores, hacia el oeste.

Estas nuevas anexiones, siguiendo el estilo imperialista del siglo XIX antes de cambiar por la estrategia de las bases militares por todo el mundo, puede tener un revival que producirá crisis deseadas pero no es probable que se concreten a mediano plazo. A largo plazo es más probable lo contrario: que Estados Unidos pierda Texas o California por una secesión o Alaska por alguna anexión china.

Luego del brutal despojo de México en otra guerra inventada en 1846 con el viejo método de un ataque de falsa bandera y la victimización del agresor (¿suena conocido?), México quedó con la moral tan baja que sus líderes se dedicaron a entregar el resto a las compañías estadounidenses.

La Revolución Mexicana cambió muchas cosas. Cuando Wilson bombardeó Veracruz, fueron sus pobladores, no el ejército, quienes resistieron y repelieron una nueva ocupación que duró meses. La Revolución mexicana desangró al país, pero le dejó una experiencia de resistencia armada que (sospecho por otros pocos casos similares en el continente) hizo que Washington no se atreviera a intervenir como lo hacía antes, a punta de cañón y de golpes de Estado estilo República bananera. Por esta misma razón (y tal vez también por su estratégica ambigüedad con las potencias europeas) Lázaro Cárdenas logró lo impensable: nacionalizar el petróleo mexicano.

Por estas razones, Donald Trump (foto) no se atreverá a una intervención masiva en México. Pero debemos esperar una presidencia mucho más agresiva que la anterior, por cuatro razones: 1. Trump ya no competirá por una reelección (no según la constitución actual). 2. Como una droga, su ego necesita dejar una marca en la historia (lo que aquí llaman “legado”), cualquiera sea. 3. La nueva derecha ahora es abiertamente antidemocrática, sin disimulos, y su ideología, aunque elemental y primitiva (la del Macho alfa) los estimula a la agresión―entre individuos, entre naciones. 4. Estados Unidos es un imperio en decadencia económica, social, política y geopolítica, lo cual lo hace aún más agresivo.

México ha estado siempre en una posición muy particular que lo diferencia del resto de América latina, al mismo tiempo vulnerable y fuerte. Como en tiempos de Cárdenas, debe hacer alianzas económicas con diferentes potencias como China (ya que está lejos de ingresar a los BRICS+) y alianzas regionales como con el resto de América latina. Alianzas y uniones como la única fórmula posible para la independencia, que es una condición ineludible de desarrollo para países que no son microcolonias.

El factor del ego de Trump podría jugar un rol positivo en cuanto a terminar la guerra en Ucrania. Trump se entiende con hombres fuertes, no porque él lo sea sino porque son sus alter egos. Los grandes líderes no son ególatras, pero quienes aman el poder sí, y Trump (como Musk y otros individuos con la misma patología) se ajustan perfectamente a este tipo psicológico.

Por otro lado, no debemos olvidar que los individuos, los presidentes electos en una democracia liberal no son el poder sino sus instrumentos. El poder está en quienes concentran montañas de dinero (esto no es una hipérbole) y, como resultado directo e indirecto compran políticos, medios de comunicación, la opinión pública de las mayorías que idolatran a sus esclavistas. Si a eso agregamos que la industria más lucrativa es la industria de la muerte, sólo debemos esperar que de terminarse el gran negocio de la guerra en Ucrania, toda esa inversión de capitales se mueva a otras regiones. Palestina es un caso. Siria es otro. El más dramático sería continuar con Irán hasta llegar a Taiwán, expandiendo así el Anillo de fuego del que ya hablamos durante años.

Para América latina no serán tiempos fáciles. Si bien en la última década el neo intervencionismo imperial ha sido a través del sermón mediático y de las redes sociales (básicamente, todavía en manos de las corporaciones estadounidenses), es razonable prever un agravamiento del conflicto en su fase CIA-Mossad (como durante la Guerra Fría) y luego con dirección a una fase militar (como durante las Guerras bananeras).

La más reciente retórica de Trump sobre su idea de recuperar el Canal de Panamá y de anexar Canadá y Groenlandia son un intento de ir preparando a los estadounidenses y más allá para la naturalización de lo que en otro momento causó risa.

Los nobles feudales cambiarán de máscara una vez más. Primero se convirtieron en los liberales de las compañías piratas, como la East India Company. Fueron esclavistas, fueron demócratas (como eran los piratas) y fueron neoliberales para seguir vampirizando a sus colonias y a los de abajo en sus propios países. Más recientemente, con el suicidio de la Unión Soviética, lograron que la izquierda occidental se convirtiese en vegana, adoptando la ideología económica de la derecha: el neoliberalismo. Como golpe de gracia, la izquierda se olvidó del problema de la lucha de clases y se redujo a una política simplificada de la identidad―que también es la política racista y sexista de la derecha, pero invertida; justa, pero insuficiente y una distracción perfecta. Una vez que el neoliberalismo fracasa de forma sistemática, dejando pobreza y endeudamiento por todas partes, la derecha pega un salto, se hace llamar libertaria y le promete a las masas frustradas y rabiosas (ante el resultado obsceno de la super acumulación de los capitales que ellos mismos crearon) y vuelven a vender la promesa de la solución mágica. ¿Cómo? Ofreciendo más de lo mismo pero de forma radical, ya no en democracias liberales sino en un fascismo indisimulado que, como hace cien años, promete satisfacer las frustraciones de un pueblo brutalizado ―aumentando la dosis de la droga. Si a eso le agregamos el derrumbe interior y exterior de todo un imperio y la simplicidad primitiva, basada en emociones básicas y ancestrales de la extrema derecha (la tribu, el tótem, la raza, el miedo al otro, la rabia y el orgullo), pues, más claro no puede estar.

En menos palabras: la derecha ha logrado vender la ilusión de una solución radical a los problemas creados por la derecha, mientras la izquierda perdía su mística crítica y revolucionaria, identificándose con la ideología neoliberal de la derecha.

Fuente: pagina12.com.ar

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