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Es argentino, vendió todo hace 4 años para viajar en moto y quiere unir Ushuaia con Alaska

Pablo Imhoff era un laboratorista que trabajaba de lunes a viernes de 9 a 14:30 en Rosario. Tenía un muy buen sueldo, también un muy buen futuro en el rubro y un departamento muy lindo en una zona residencial de la ciudad. Tenía muy buenos amigos y una familia muy linda. Estaba tan cómodo que podría haberse dicho que su vida era perfecta, excepto que, para él, no lo era.

A mis 27 años dejé la vida que tenía, para empezar otra, muy distinta a la anterior, desde cero”, dice en un diálogo con LA NACION. El punto de quiebre fue el 1° de noviembre de 2014, cuando después de vender todo, rescindir su contrato de alquiler y presentar la renuncia a su trabajo, emprendió su primera travesía larga en moto, una Gilera Gran Turismo 200 del 1970, con el objetivo de recorrer las 23 provincias argentinas y las islas Malvinas.

Tres años y cuatro meses después cumplió con la meta y finalizó el recorrido; también se dio cuenta de que, en realidad, su viaje acababa de empezar. Hoy, 10 años más tarde, está en la mitad de su segunda gran hazaña, esta vez internacional, que arrancó en Santo Tomé de Santa Fe en 2020: unir Ushuaia con Alaska en moto. Lleva 10 países vistos, más de 30.000 kilómetros recorridos y experiencias de todo tipo en su archivo.

Quiero recorrer todo el continente americano, del punto más al sur al punto más al norte y llegar a Alaska a mediados de 2025″, señala Imhoff, que después de pasar por la Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica y Honduras, hoy habla desde El Salvador.

“Quiero recorrer todo el continente americano, del punto más al sur al punto más al norte y llegar a Alaska a mediados de 2025″, señala Imhoff
“Elegir un lugar es difícil porque depende de para qué lo querés, y porque cada uno tiene lo suyo”, explica Imhoff. “Para vivir me quedo con Rosario; para visitar te diría el Salar de Uyuni en Bolivia o el Valle Sagrado de Cuzco en Perú; para pasar el invierno te digo Ushuaia”.

Con esta última tiene una conexión especial: Ushuaia es en donde, a solo dos meses de haber arrancado con el proyecto Alaska, sin planearlo y habiendo aprendido a quererlo, pasó los meses pandémicos. “Fue uno de los mejores años de mi vida”, cuenta. También fue la época en la que se metió de lleno en el mundo virtual de los vloggers (blogs visuales), actualmente el medio a través del cual financia su pasión.

Hoy vive principalmente de las regalías que genera a través de su canal de YouTube, donde cuenta con más de un millón de suscriptores; y, por su parte, en Instagram, donde lo siguen 653.000 usuarios, realiza colaboraciones con sponsors, que también lo ayudan a solventar sus gastos. Además tiene una tienda online en la que vende productos como remeras, gorras y libros.

“Elegir un lugar es difícil porque depende de para qué lo querés, y porque cada uno tiene lo suyo”, explica Imhoff. “Para visitar, te diría el Salar de Uyuni en Bolivia”.
Cada día es distinto y eso es un poco lo lindo”, resume Imhoff cuando se le pregunta por su rutina. “Siempre arranco temprano y desayuno, cosa de que al mediodía o a más tardar a la tarde ya esté llegando a algun lugar para buscar alojamiento, si es que todavía no lo tengo resuelto”.

Aunque sí hay un punto de llegada, el itinerario de Imhoff no es rígido. “Si me cruzo con algún lugar interesante paro y lo recorro. Me bajo de la moto cuando quiero y voy grabando todo lo que voy viendo”. También agrega que hace una investigación previa de los lugares por los que va pasando para poder dar la mayor cantidad de detalles en la medida de lo posible.

Un detalle que Imhoff no quiere dejar de lado en su racconto es el lado B de ser vlogger. “Me lleva mucho tiempo producir los contenidos. Hay días que no puedo viajar en moto porque tengo que quedarme horas y horas sentado con la computadora editando fotos, videos, grabando y escribiendo en distintos formatos”, admite.

Imhoff es vlogger y actualmente vive de su canal de YouTube
Para el rosarino, el viaje que él está emprendiendo no es un formato precisamente amigable, y hacerlo durante tanto tiempo es poco habitual. “Somos pocos los que tomamos la decisión de salir a viajar así, muchos menos los que decidimos ser nómadas a largo plazo”.

Remarca que, por sobre las dificultades a nivel físico que supone este tipo de viaje, los grandes desafíos son a nivel mental y emocional. “Estás mucho tiempo separado de tu gente y de tu país, y eso repercute, inevitablemente, en tu estado de ánimo”, señala. “Hay que ser muy fuerte para soportar bajones sentimentales, y no sé si todo el mundo tiene esa capacidad, para seguir adelante pase lo que pase”.

Aunque no llegó a la instancia de querer cortar su travesía, Imhoff reconoce que tuvo que atravesar grandes momentos de debilidad.

“Hay que ser muy fuerte para soportar bajones sentimentales, y no sé si todo el mundo tiene esa capacidad, para seguir adelante pase lo que pase”.
A la pregunta de qué es lo que más extraña de una vida estable responde sin dudas que un espacio propio para “poder estar tranquilo y tener privacidad”. A la pregunta de qué es lo que menos extraña de una vida estable responde que el estilo de trabajo convencional, de lunes a viernes, entre cuatro paredes, monótono y sin demasiadas posibilidades de explorar más allá.

Imhoff reconoce que, más allá del riesgo y de las complicaciones que probablemente aparezcan, la experiencia de viajar en moto es invaluable.

Por un lado, “porque te permite estar en contacto directo con la naturaleza, con el clima, te da esa cosa de aventura que otros vehículos, en donde vas encapsulado, no tenés”, explica. “La moto representa el equilibrio perfecto porque tiene la velocidad de un auto de cuatro ruedas pero mantiene la esencia y contacto con el exterior de la bicicleta”.

Por otro, porque genera “empatía y hermandad” entre aquellos que viajan en moto, pero también con los que no viajan en moto pero se sienten atraídos por ese formato de viaje.

La moto es un elemento que atrae mucho a los curiosos, el pretexto perfecto para iniciar una conversación”, comparte Imhoff como si se tratara de un truco aprendido. “Más allá de los lugares que conocés, lo mejor de todo, y lo que siempre te queda al final, son las relaciones humanas, la amistad: eso es lo que más rescato”, concluye el viajero.

Al reflexionar sobre los aprendizajes de vivir en el ruedo, la palabra clave es aprovechar, dice. “La vida son momentos y los momentos son ahora, no en un rato. Cada momento que desperdiciamos, cada segundo que pasa, no se recupera. Yo creo que a los momentos hay que disfrutarlos, no dejarlos pasar”, medita Imhoff.

Yo creo que a los momentos hay que disfrutarlos, no dejarlos pasar”, medita Imhoff.
En este sentido, el protagonista del relato no tiene dudas de que la mejor decisión de su vida fue lanzarse a esta aventura. “No es una vida perfecta, pero es definitivamente más plena, y me dio acceso a vivencias que de otra manera jamás hubiera transitado”.

Imhoff está convencido de que los sueños están dentro de uno desde chiquitos, pero se despiertan en un momento dado, y es ahí cuando se plantea el dilema de si uno va a animarse a tratar de concretarlo, al margen del resultado.

“Más allá de que salga bien o mal, es necesario tomar las riendas de tu vida para darle rienda suelta a todo eso que estás buscando”, cavila el entrevistado. “Lo importante es no quedarse con las ganas y, el día mañana, con la incertidumbre de decir «qué hubiese pasado si…»”.

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Conocé The Trust ProjectFuente: lanacion.com.ar

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