La Cúpula, de semillero de artistas a generación de bandas con IA

Desde Willy Crook hasta Javier Pittorino, la lista de artistas y músicos que pasaron por La Cúpula es interminable.

Caracterizada desde sus inicios como un refugio de experimentos multimediales, instalatorios y performáticos, el espacio albergó desde muestras, jams y noches de impro electrónica hasta reuniones de poetas.

Por eso no es de extrañar que con la aparición de la Inteligencia Artificial (IA), Jorge Castro empezara a incursionar también con esta nueva herramienta que hoy pareciera dividir al mundo en dos: de un lado los defensores y del otro los detractores.

“La Cúpula fue como un anclaje para mí y un semillero muy hermoso, durante muchísimos años. Porque cuando yo volví de Estados Unidos (NdelE: hizo una maestría en arte digital en 2000) no había galerías con este perfil; estamos hablando de 2007. Pero después de la pandemia me empecé a aburrir. A mí siempre me gustó la música. Tengo una librería de unos 15 años de laburo de todo el mundo y grabaciones de todos, inéditas”, empieza contando a Perfil Córdoba el artista digital, quien además es docente de la Cátedra Multimedia en la Facultad de Arte y Diseño de la UPC.

Ese aburrimiento lo llevó a probar y entrenar inteligencias artificiales. “Hay muchos que dicen: ah, no, pero eso es IA, y automáticamente lo descartan. Yo he sido betatester de Adobe desde siempre y hace más de 20 años que uso Photoshop; y esa empresa de software fue de las primeras que sacó herramientas de IA. Empecé con un juego, luego a entrenar una voz. Y le hice cantar una zamba para mi hermano. Se la mandé sin que supiera que la que cantaba era una IA y hasta mi sobrino me decía: che, me tenés que presentar a Mathilda”.

En efecto, luego de tres meses de entrenamiento consistente en carga de datos, escribirle canciones, darle acordes, marcarle las acentuaciones y una larga lista de etcéteras que “tienen que ser lo más específicas posible” –advierte Castro–, Mathilda ya cantaba. “Yo compongo todo, pero al principio empezamos con covers, como entrenamiento. La hice cantar cosas que ni te imaginás. Hasta que empecé a componer. Hay una canción que es de mi tío, que tiene una letra de una cueca cuyana trasladada al pop y quedó fantástica. Después, vino Julio Kaegui y me trajo otra letra. La probamos y salió un hit. Y empecé a alimentarme de artistas”, cuenta Castro.

Album Condor Neck

ÁLBUM. Tapa del álbum “Un día irán por tí”, de Cóndor Neck, en Bandcamp.

El entrenamiento de Mathilda arrancó a mediados del año pasado y hoy la banda tiene discos subidos a plataformas de música y pedidos para que vayan a tocar. “Es muy loco, mis amigos empezaron a decir, ‘qué bueno, publicala en Spotify’. Cuando me di cuenta había seis discos en Spotify y miles de oyentes. También los publiqué en Bandcamp, donde hay más de ocho discos con muchos tracks y covers. Pero había que poner una imagen como portada del disco, así que ahí apareció el avatar. Entonces, una manager la vio y se volvió fan de Cóndor Neck; quería que se la presentara, quería poner fechas para tocar y me decía que ya le habían pedido el disco”.

De la virtualidad a la realidad. Catalogada como una banda conceptual y experimental de rock y electrónica, Cóndor Neck desplegó sus alas sonoras hacia el mundo, explorando territorios inexplorados y desafiando las convenciones musicales.

Hasta que, en una suerte de salto cuántico, la banda cruzó la frontera de la virtualidad para saltar al campo de la realidad. “Hoy Cóndor Neck no es solamente Mathilda sino un colectivo de artistas. En la banda están las cantantes de IA Olivia Sch y Mathilda, y Eugenia Corvalán, que hace 20 años que canta rock. Esas fueron algunas de las voces que dieron forma a la identidad sonora de Cóndor Neck, y también el guitarrista Martín Moretto”, refiere Castro.

Por otro lado, la diversidad conceptual se reflejó también en el aporte de las guitarras de Magnetic Hill y en el uso de la voz entrenada con IA de Cóndor Neck, que incorporó elementos de diferentes tradiciones musicales del mundo: desde el rock experimental y el noise, hasta la electrónica y el drum and bass industrial. “Esto me dio la posibilidad de armar la banda de rock que nunca armé en mi vida. Y súper power encima, porque suena de puta madre”, finaliza.

Fuente: perfil.com

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