No fue necesario que hablara. El mensaje estaba ya bordado en su estola, acariciando la sotana blanca con la dignidad de los siglos. Estaba en la muceta roja, ese pequeño manto que cubre los hombros y que los fotógrafos habían olvidado enfocar durante más de una década. Estaba en el cíngulo dorado que colgaba de su cuello, símbolo ancestral de autoridad y de servicio a la vez.
León también llevaba el Anillo del Pescador, un símbolo de su autoridad papal, que completaba su imagen como sucesor de Pedro. El nuevo Papa no llegó como un reformador, sino como un heredero. No rompió la tradición: la convocó.
“Este es el primer saludo de Cristo resucitado, el buen pastor que dio su vida por el rebaño de Dios” —dijo, con voz clara, mientras la multitud lo escuchaba en silencio—. “La paz sea con ustedes”.
Fue un llamado a la paz desarmante, humilde y perseverante, como él mismo lo definió. Un mensaje de unidad y esperanza en medio de las incertidumbres del mundo. En su tono, la emoción era palpable, como si las palabras se le escaparan de un corazón que aún abrazaba la magnitud del momento.
“¡Gracias al Papa Francisco!” —exclamó, mientras dirigía una mirada a los fieles y a los cardenales reunidos.
El nuevo Papa, que también lleva consigo la nacionalidad peruana, se dirigió especialmente a su querida diócesis de Chiclayo, un lugar que lo acompañó en su misión. A la comunidad peruana, le envió un saludo afectuoso en español: “A mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, un pueblo fiel que ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo” dijo, con un tono que reflejaba su profunda conexión con esa tierra.
“Debemos ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes y el diálogo siempre abiertos a recibir a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia“, subrayó.
Al finalizar su mensaje, León XIV invitó a los fieles a unirse en oración, pidiendo la intercesión de la Virgen María por la paz del mundo y por toda la Iglesia. Con una humildad palpable, concluyó su primer discurso como Papa con un sencillo Ave María, pidiendo por todos los pueblos y por la unidad de la Iglesia.
Da la impresión de que León XIV considera que la cruz no necesita del oro, pero que el oro puede honrar la cruz. En esa visión del ritual y del simbolismo litúrgico, podría caber el perfil de un futuro pontífice: sobrio en el corazón, pero sin miedo al esplendor como gesto de lo sagrado.
Ahora, al frente de la Cátedra de Pedro, León XIV enfrenta otro tipo de desafíos: los de una Iglesia que debe unirse en medio de las tensiones del mundo moderno.
En Roma, se sabe, los gestos pesan tanto como los dogmas. Este Papa eligió los suyos con precisión quirúrgica: vestirse como antes, pero hablar como hoy. No negó la herencia de Francisco, pero la envolvió en terciopelo cardenalicio. No renunció al espíritu conciliar, pero le devolvió al papado su teatralidad mística.
Fuente: infobae.com