>LA NACION>Sábado
13 de abril de 2024
Corría el año 1957 y Andrés García-Carro, abogado español de 24 años, llegaba a la Argentina siguiendo una herencia en Pilcaniyeu, cerca de Bariloche. “Un tío abuelo emigró de España en el año 1800, por aquel tiempo en Argentina regalaban tierras, solo había una única condición: contar con el dinero suficiente para poder alambrarlas”, dice. “Recibimos un telegrama que decía que el tío Ricardo había muerto y preguntaba si queríamos vender los campos. Yo dije ‘no vendo nada sin verlo antes, me voy ya a Buenos Aires’”.
–Unas navidades, mi nieta Pimpu [la fotógrafa Celine van Heel] me dijo “abuelo, ven que te voy a hacer unas fotos en el portal”. Yo ni sabía para qué. Esas son las fotos que publicó en la edición china y luego en la francesa de L’Officiel. Yo tenía 88 años y pronto me convocaron a París para un reportaje en la revista y para hacer un editorial de moda con lujosas joyas.
–¿Lo sorprendió verse en fotos, como modelo?
–Al verme en las revistas, me alegré. Sabe Dios cuántos americanos me habrán visto. Siempre he estado al tanto de la moda y de los diseñadores, no es que los luciera, porque no tenía el dinero, pero me gustaban. En aquel editorial de joyas, ¡hubieran visto los precios! [risas]. Lo más barato que había era un pañuelo de bolsillo que estaba 250 dólares. Había un collar de Cartier, de 370.000 euros. Conocía todos los nombres de todos los diseñadores menos a Bruno Cucinelli, quien a los pocos meses resultó ser quien le hizo el smoking de boda a Rafael Nadal. Desde entonces he rodado con Chanel, Dior, Saint Laurent, Louis Vuitton, incluso sacaron una línea especial con mi nombre en Zara.
–Me tocó viajar a París para esa primera vez y en España la mayoría de los trabajos se hacen en Madrid o, como lo que hice para Carolina Herrera, en Barcelona. Sigo viajando y eso que no soy diplomático de carrera. Hablo francés, español e inglés. ¿Sabes cómo aprendí inglés? A los 21 años, en Londres, iba a una academia y también trabajaba en un restaurante donde los camareros, sobre todo los italianos y los españoles, hablaban inglés perfectamente, aunque no lo sabían ni escribir ni leer. Era todo de oído. “Si quieres pan y mantequilla tienes que decir entre dientes ‘sombrero y bata’, me decían. ‘Sombrero y bata’ sonaba como ‘bread and butter’.
–Se lo ve como un personaje poco convencional
–Siempre fui así, con la moda, con todo. Siempre vestí muy clásico, pero también de avanzada al mismo tiempo. Yo me compré en Buenos Aires el primer abrigo de piel y, cuando llegué con él a España, la gente se me quedaba viendo por la calle. España estaba muy atrasada, y Argentina muy adelantada, en aquella época.
–Ideal. Es que, una vez en España, encontré la manera de volver como funcionario del Ministerio de Información y Turismo. Buscaban una persona que viniera a hacer un seguimiento de las editoriales españolas, Losada y Sudamericana, como agregado cultural y así me vine con mi mujer, ya embarazada (dos de mis cuatro hijos nacieron en Argentina). Eran tiempos del boom de la literatura hispanoamericana, Cien años de soledad, por ejemplo, se editó cuando estaba yo aquí. Y me ha tocado presentar libros de Borges, de Mujica Lainez, de Marta Lynch, Luisa Mercedes Levinson…
–Ah, hablarían, ¡tanto! Pero eso nunca me ha importado. Nunca me consideré guapo, recién con los años y mirando hacía atrás, sí. Mi mujer es muy guapa, y eso fue negativo. Cuando llegué como agregado cultural, aquí había un embajador que llevaba 18 años en su puesto y era muy conocido. Yo llegué con 33 años, mi mujer con 24, y no había feeling entre ese embajador y yo. Al terminar aquí mi trabajo, una vez me lo encontré en Madrid, coincidimos comprando tabaco. “No sé si me recordará, pasaron como 20 años”, le dije. “Cómo no me voy a acordar de aquella pareja exultantemente joven y guapísima que llegó a Buenos Aires”, me respondió. Eso me quedó grabado. O sea, era negativo. No le habíamos caído bien porque éramos jóvenes.
– Todos. Cuando era gaucho, agregado cultural o en la inmobiliaria disfrutaba de mi trabajo, así como ahora disfruto como modelo. He tenido la inmensa suerte de disfrutar con todos los trabajos que hice, creo que ese es el secreto de hacer las cosas bien. Porque si tu disfrutas con lo que estás haciendo, los resultados son óptimos. Y disfrutar es un privilegio.
– Siempre está visiblemente bronceado…
–Yo vine para ver a mi ahijada, visitar amigos y perseguir al sol. Siempre vengo al hemisferio sur a pasar el invierno europeo, hago cruceros, me gusta vivir en verano continuo. Hay una simbiosis entre el sol y yo. En Galicia dicen que estoy siempre moreno, que nunca pierdo la marca del traje de baño [risas]. Para mí tomar sol es como cargar mis baterías.
–¿Qué otros secretos tiene para estar bien?
–La juventud es un estado mental. Juego al golf todos los días y no digo que físicamente me encuentre como cuando tenía 25, quizás esté un poco sordo, pero estoy bien. Soy muy respetuoso con la salud, me cuido, conozco mi cuerpo y la diferencia entre enfermedad y cansancio. Me aconsejaron que no fumara ni bebiera, pero cuando los médicos vieron mi edad dijeron, “pues haz lo que quieras”, son muy comprensivos. Fumaré menos, beberé menos, pero no puedo comer sin vino –blanco o tinto, depende de si es pescado o carne– y mi whisky antes de cenar no me lo saca nadie.
–No, ¡pues me han hecho hasta posar desnudo! Cuando yo estaba soltero, yo me parecía mucho físicamente a Yves Saint Laurent. Incluso mi madre llegó a mandarme una carta (en aquellos tiempos no había teléfono ni internet) con recortes del periódico que decían que iba Yves Saint Laurent a París. “Hijo, no decías que estabas en Buenos Aires?”. Incluso vio el parecido. Esto se lo cuento yo a mi nieta quien me dice “ahora mismo te voy a hacer yo la foto célebre de Yves Saint Laurent, desnudo”. “Ay, qué hago”, pensé. Desnudo, me puse un slip, y me sentó en un almohadón en la misma postura. Y, cuando estaba por hacer la foto corté las cintas del slip con una tijera y me lo saqué. Hizo la foto al desnudo, y ya luego me dieron un albornoz para cubrirme. Ríe.
–Tan célebre es que la gente lo para por la calle, ¿qué sucede con la realeza, conoce a The Spanish King?
–Nunca me los he cruzado. Aunque primero me lo rebotaron, hoy mi nombre The Spanish King (”El rey español”, en inglés) está registrado en Patentes y Marcas. Yo no quiero líos con la Familia Real, pero si hoy lo buscas en Google, aparece primero mi nombre y luego el del rey Felipe VI. Sonríe
–¿En casa pueden creer este fenómeno en el que se ha convertido?
–Ni yo me lo creo. Y, encima, a veces gano dinero. Pues yo digo que tendría que pagar en vez de cobrar, de lo bien que me lo paso.