La Quebrada del Portugués, originalmente conocida por este peculiar nombre, se refería a la sección montañosa del río del Pueblo Viejo, denominación que adopta este curso de agua tras la unión de los ríos Los Reales y La Horqueta.
Se trata de un valle angosto, conformado por las laderas occidentales de los cerros Ñuñorco Grande y Ñuñorco Chico, así como las estribaciones orientales del Nevado de las Ánimas, continuación septentrional de los Nevados del Aconquija.
Según una tradición transmitida en Monteros desde “tiempos muy antiguos”, un portugués estableció su campamento cerca de la actual ubicación de la Usina del Pueblo Viejo, de donde proviene su denominación.
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No obstante, hace más de cuatro siglos y medio, Diego de Rojas emprendió la travesía hacia la llanura del Tucumán, descendiendo desde el Rincón (a 2.300 metros sobre el nivel del mar) por la imponente entrada que representa la Quebrada del Portugués, a una altitud de 1.000 metros, siguiendo las aguas del Pueblo Viejo hasta llegar a Ibatín, al sudoeste de Monteros.
Tanto indígenas como españoles empleaban esta antigua ruta para alcanzar los valles Calchaquíes. Al descender por las estribaciones, ingresaban a un mundo distinto, todo parecía indicarlo.
El paisaje selvático, el clima húmedo, los asentamientos, tan diferentes a los del Reino del Perú. Las chozas redondas, construidas con robustas maderas y techos de paja, se agrupaban en aldeas dispersas por la selva, como colonias de inmensos hongos. Sin embargo, cuando Rojas las inspeccionó, estaban deshabitadas”.
Es probable que sus habitantes hubieran huido con sus animales y provisiones, temiendo a la llegada de los españoles. Con el traslado de la capital a su emplazamiento actual, esta quebrada fue perdiendo relevancia.
Estos hermosos parajes tucumanos quizás sean los últimos vestigios de tierras vírgenes que aún perduran en la provincia. La belleza intacta de los paisajes colmados de verdor de las serranías del Aconquija, que sin duda debieron parecer una maravilla fantástica a los conquistadores.
Un arduo viaje hacia la fundación de una ciudad
El 12 de mayo de 1565, Diego de Villarroel emprendió un viaje que marcaría un hito en la historia de la región. Acompañado por su expedición, se adentró en la Quebrada del Portugués con el objetivo de establecer la ciudad de San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión en Ibatín, departamento Monteros.
La travesía de la expedición española a través del relieve abrupto y paisaje anfractuoso de la Quebrada del Portugués fue todo un desafío. Durante aproximadamente 15 días, avanzaron lentamente siguiendo el curso del río Los Reales.
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Cargados con cañones, pertrechos, cofres y elementos de iglesias, acompañados por guías indígenas y sacerdotes, el avance era pausado y meticuloso.
La dificultad de abrir un camino en las orillas del río, transportando todo en mulas cargadas, se veía agravada por las inclemencias del clima. Las lloviznas matinales y las heladas obligaban a la expedición a detenerse y improvisar campamentos en medio de la selva.
Avanzar 500 metros o dos kilómetros en un día se convertía en un desafío constante, ralentizando el progreso de la expedición a través de la Quebrada del Portugués.
La creación de la traza y el aviso al Alto Perú
A pesar de los obstáculos, la expedición logró abrir un camino que serviría como traza para futuras caravanas. Diego de Villarroel, con determinación y perseverancia, finalmente logró llegar al sitio de los Campos de Ibatín, donde el 31 de mayo de 1565 se llevó a cabo la fundación de la ciudad de San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión.
Tras la fundación, en junio o agosto del mismo año, Diego de Villarroel envió un mensaje al Alto Perú para informar que la misión había sido cumplida y que la fundación de la nueva ciudad estaba en marcha.
La amenaza de los aborígenes
Sin embargo, la historia de San Miguel de Tucumán no estuvo exenta de desafíos y peligros. En 1578, los aborígenes solcos, pertenecientes a la cultura calchaquí y liderados por el cacique Gualán, representaron una amenaza inminente para la ciudad recién fundada. Su intento de arrasar la ciudad puso a prueba la resistencia y la capacidad de defensa de los habitantes de San Miguel de Tucumán.